Gustavo hacía todo bien, y cada vez mejor. De chico le tomaron un test de inteligencia. La batería incluía un Rorschach. De acuerdo al tiempo y las respuestas que produjo, la examinadora concluyó que era un chico más inteligente que la media, dos desvíos estándar más allá, pero desgraciadamente no hacía uso de ella. ¿Por qué?
Gustavo resolvió más tarde lograr todo lo que se propusiese. Aunque no era ambicioso, todo le saldría bien. Y cuesta decirlo así. Pero terminó el secundario. Estudió un año dirección de fotografía en la Universidad del Cine y dejó cuando empezó a trabajar. Viajó a Estados Unidos y rodó con Woody Allen, hasta que lo echaron. Tocaba la batería, el piano y luego aprendería japonés o chino ¿y por qué no? los dos. Si podía. Eléctrico, Gaffer, director de fotografía. ¿Gus? gus es DF. Michelle dirige. Mariano edita. Natalie hace el arte. ¿Federico escribe?
Pero todo ocurre en ningún lugar o cada uno lo hace por separado.
Gustavo deja de tocar el piano por un momento. Piensa, pasando la página tres de la partitura y mirando inquieto la hora, que tiene ganas de cagar. Así que se pone de pie, sus nalgas pierden contacto con la felpa de la banqueta apenas cubiertas por un boxer gris de Eyelite, y sale descalzo al pasillo de su casa, en Washington y Olazábal Belgrano Erre. Una casa desprolija grande que parece pequeña, por lo sucia y amontonada, intrincada de pasillos y escaleras. Una casa que sube y baja y no se sabe donde termina. Un jardín donde suelen entrar los ladrones en su paso camino a robar otras casas, todavía sin entender por qué no entran en esta que está, como las demás, en el mismo barrio. Así de fea se ve por dentro. Gustavo vive en la planta baja, junto a su hermana Lola.
No es arte. No es artie. No es independiente. Gustavo no creía en narrativa. Si hablabas con él podías ver que estaba preocupado por aspectos técnicos: color, composición, textura, profundidad de campo, en algún punto frío como un metal, inglés e indiferente. Sin saber en qué pensaba aparte de aquello concreto que te respondía. Tenía sus opiniones acerca de todo, como todos: del amor, del género, del color de su piel, de su orientación sexual, quizás el único tema que le hacía ruido, pero no demasiado, para él estaba resuelto. Después de coger con cuarenta mujeres en cuatro años no había espacio para dudar de que era todo un macho alfa (que le gustaban las mujeres). No es que no tomaba posición. No es que nada. No es indiferencia, es ausencia y falta de algo. Irritación, molestia, depresión. Podía enojarse, putear, sentir hambre y dolor, pero nunca del todo absolutamente, como si estuviese muy seguro de morir un día y no otro. De llegar hasta allá. De coger dos o tres veces por semana. Gustavo, las tetas arriba y el culo redondo.
Y sí, también se enamoró. Pero rabia, desesperación, agonía y éxtasis, no corrían por sus venas. Podía tener ojeras, pero no por desvelarse. Y si no le dolía, ¿por qué iba a deprimirse? Podía escuchar música igual que todos y mejor, sentir mariposas en el estómago y escalofríos en forma de vibraciones desde el pedal del piano hasta su cuero cabelludo rapado, rechazar a los hombres que se le insinuában por la calle, en los rodajes, en su casa. Las preguntas de su padre, sus intereses, Gustavo era un tipo feliz y podía lograr todo lo que quisiese, ¿así que para qué iba a preocuparse? No tenía ningún sentido. Y sencillamente si tenía ganas de cagar interrumpía lo que estaba haciendo para ejectuar la acción correspondiente, algo que más o menos todos hacen pero él lo hacía mejor y sin problemas.
Atraviesa el pasillo de mármol blanco, viejo, sucio y gastado, abre la puerta del baño y se sienta sobre el plástico negro de la tapa del inodoro blanco, clásico, esos en donde uno mea parado y te salpica el pantalón a la altura de las rodillas. Sentado mirando fijamente la pared, haciendo fuerza sin enrojecer, sin prestar atención, algo empieza a transitar por su intestino y asomar al vacío, en contacto frío con el aire de invierno, comenzando su descomposición a medida que deja de estar adentro, hacia otro lugar más húmedo, también de tránsito hacia otro lugar. Ploc. Una primera pelotita no demasido consistente y marron cae, sin que nadie la vea, dejando paso a su vez un sorullo de mayor longitud y diámetro que empuja los cachetes dilatando el recto, lo que motiva, a su vez, una sutil erección que llama su atención y lo deja perplejo sin más conclusiones porque no estaba pensando en un chica, de hecho no estaba pensando en nada y es precisamente eso lo que extraña y espera, en ausencia de conclusiones, el ingreso de más datos para entender la turgencia inmotivada. Porque ahora sí, la erección es completa y ya no se sabe donde va a terminar, y como lo único que está haciendo es cagar, empujando de a poco el sorete marrón y largo que cae recostado y se enrolla mientras él se ve obligado a levantar su cola y desplazarse circularmente a medida que la mierda se amontona en espiral y sigue saliendo irregular con protuberancias a veces más gruesas hasta que suspira aliviado cuando el inodoro queda casi cubierto. Relajado, olvidándose, sin darse cuenta que en realidad el alivio que siente es la combinación y sinergia de cagar y eyacular sobre las rodillas que ahora sienten la humedad tibia y viscosa deslizarse sin atinar a caer dentro del inodoro. Molesto, Gustavo se limpia primero las rodillas, haciendo un bollo que descarta y tira del rollo hasta obtener más, y ahora sí, se limpia la cola, se lava las manos, se cepilla los dientes, sube su boxer. Su imagen en el espejo lo contempla atónito, todavía buscando una explicación entre la caca y el semen, el recto, del culo, sin frotación, ¿qué raro no?
Etiquetas: Belgrano Erre