lunes, 22 de agosto de 2011

Palermo IV




   Nico canta una vez más y se pregunta si se queda o se va.

   Exactamente lo mismo piensa Federico mientras atraviesa el living saliendo de la cocina con un termo lleno de agua que ha hervido. Esta tarde no tuvo el tiempo para hacer las dos cosas: estudiar y masturbarse. Optó por lo primero que era lo más importante, lo más razonable. Pero hoy, ahora, viendo el resultado pensó que tal vez no fue la mejor elección. Una irrefrenable calentura acompañada de una inminente y notoria erección perturbaba su tranquilidad. Gabrielle está en bikini y la piel, sea de la mujer que sea, suele excitarlo.
   Dale, ¿A qué andas tardando tanto? De cuando en cuando Gabrielle entonaba las frases con un acento extraño, como de provincia. ¿Será porque es de merlo? -Piensa. Merlina. Ja, merlina… ¿Todavía te falta mucho por desgrabar? –Le preguntó Federico al ver que Gabrielle enchufaba el grabador y abría el cuaderno. No, un poco, dale ayudame así terminamos más rápido. –Bueno -dice con desgano. Se sientan. …Y entonces viene mi paciente y se sienta tambaleándose en el diván, con la cara pálida. No dice nada. Yo me acerco y le pregunto: bueno, ¿Qué es lo que me va a contar hoy? Nada, el tipo está callado y evidentemente no se siente bien. Me siento al lado, el tipo abre la boca y me vomita en la camisa. Risas. Después de limpiarme le digo: parece que tenía muchas cosas para decir. –Este es un tarado –dice Federico. ¿Cuánto te pagan por desgrabar a este boludo? –Me pagan bien, nene. Lástima que la grabación es tan chota, hay partes en que no se entiende nada. Adelanta la cinta. …el término de Laureammnonn. –¿Laureamon? ¿Se te ocurre qué quiere decir? Laureammonn… laureamonn. Ah, ya sé. Lautremont. Sí, Lautremont. Mariano me regaló un libro de él para mi cumple. Habla de comer niños, no sé, creo que no lo voy a terminar. Bueno Ga, me cansé, me voy a bañar. Federico camina unos pasos por el pasto hasta llegar al borde de ladrillo que enmarca la pileta.Tantea la temperatura del agua sumergiendo un pie y concluye que está bien. Gabrielle lo observa, lo mira pensando que hacer. Se mira la piel, y observa con satisfacción que sus piernas están adecuadamente depiladas. Se saca la remera y se baja la pollera de jean. Federico no la puede ver pues está bajo el agua, agitando piernas y brazos en un intento de entrar en calor.

   La malla celeste y blanca de Gabrielle se hunde, el color se vuelve más opaco, húmedo, y un poco transparente. Sus pechos quedan perfectamente delineados. Federico nada alrededor de Gabrielle. Sin saber que hacer, sólo dando vueltas, rodeándola sin pensarlo. Ella piensa: ¿Y éste? Federico se detiene detrás de ella flotando, la agarra por la cintura y le besa el cuello húmedo, frío. Ella se da vuelta. ¿Ahora te ponés así? Sin decir nada, intenta bajarle el bikini, celeste oscuro. Sumerge su mano derecha y el principio de la cola de Gabrielle queda al descubierto. No, pará… ¿Qué te agarró? Ahora yo no tengo ganas. ¿Por qué siempre tiene que ser cuando vos querés eh? Sin detenerse. Acerca su pene para que ella pueda sentirlo como si con esa acción estuviese dando una respuesta. La besa, y ella le responde con otro beso. Siente nuevamente el sabor amargo y seco que tiene Gabrielle. Si fuese un gusto sería un mate, de esos amargos, que te dan acidez por la mañana. Era lo que menos le gustaba hacer: besarla. Esta vez le baja completamente el bikini, su cola queda al descubierto, entera. Acaricia su pubis acuático. No, no. ¡Basta! ¡Te dije que no! Se sube el bikini. Él intenta correrle el corpiño descubriendo una de sus tetas y le chupa el pezón. Bueno, listo. ¿Te saciaste ya? ¿No? Lástima, porque no hay más. Suena el timbre. Gabrielle sale de la pileta acomodándose la malla. Federico nada un largo, intentando inútilmente sosegar su erección.
   Llega Sabina, la prima de Gabrielle. Hola fede –dice desde el living, y sube las escaleras para cambiarse la ropa en su cuarto. Porque ella también tiene calor. Federico sale de la pileta. Gabrielle está arriba con su prima. Federico se seca un poco el pecho. A ésta hoy no me la cojo. La concha de su madre -piensa, sin lograr controlar su excitación, que crece, firme. Entra a la casa aprovechando que las mujeres están arriba y se encierra en el baño. Contempla su rostro mojado en el espejo. Tengo el pelo un poco largo -piensa. Traba la puerta. Abre el grifo y deja el agua correr. Se saca la malla, levanta la tapa del inodoro y comienza a masturbarse sentado. Frotando hacia arriba y abajo su pene aún mojado. Enfrentado a la tapa del inodoro. Vuelve a ver la cola desnuda de Gabrielle, ondulando, sumergida. Apretándose más fuerte. El rozamiento provoca un ligero ruido de madera que choca contra el cerámico del inodoro. Recuerda lo que le dijo Mariano hace una semana: ¿Te imaginás? Estamos los dos sentados en los escalones de la pileta, con la malla por las rodillas y Gabrielle nos la chupa a los dos sumergida. Se imagina a Gabrielle con la malla celeste a la altura de las rodillas desnuda en cuatro patas sumergida lamiendo su pene y aferrando el de mariano sin levantar la cabeza. Primero a vos, después a mi, después a mi, después a vos. Y le acabamos en la cara, por lo menos yo… vos acabale en la espalda, en el pelo, donde quieras. El pene de Federico escupe semen que se dispara y aterriza en la tabla blanca de madera. Goteando, espeso, cae hacia el agujero. Sin hacer ruido suspira satisfecho, más calmado. Se limpia con un papel higiénico blanco con elefantes rosados. Comprueba que no quedan rastros líquidos y baja la tapa. Cierra la canilla y se pone la malla con dificultad, la detumescencia no es completa. El olor del baño no ha cambiado. Un olor a mujer, a transpiración femenina en un día húmedo. Un olor penetrante a bombacha de un día y medio que le desagrada. Cierra la puerta y sale. Ambas primas, Gabrielle y Sabina toman sol en reposeras separadas. Gabrielle lo mira sonriendo. ¿Dónde estabas? La masturbación es una bendición –piensa. 
   Se sienta cerca de la pileta.


Palermo III




   Gabrielle Maga. Sus pómulos. Su piel lunar. Agujereada, producto de erosiones y desgracias fortuitas; de una existencia maldita, que sin embargo no justifica sus deseos de ruina colectiva. Su entusiasmo apocalíptico por tensar los músculos hasta fracturar el hueso. El mal no existe, no. No se encarna ni concentra en un sólo lugar. En una sola persona.

   Salir. Sin alejarse demasiado.

   Gabrielle nació en Merlo, provincia de Buenos Aires. No sabemos bien hasta que edad vivió allí, pero se le pegó el acento. Del 2000 en adelante se fue a vivir con su prima y su tía, y su otra prima en una casa de ladrillos en Palermo soho. Oro y Guatemala, cuando todavía los travestis no habían sido deportados al Rosedal y de ahí a otro lado. Federico solía saludarlos al llegar a la casa de Gabrielle.

   [Casi se puede oler la sal, ya se viene el verano. Las cosas suelen pasar más de una vez hasta que dejan de suceder.]

   Federico llegó primero aquella tarde. El calor era intenso. Especial para ejercer la prostitución sin que se te ponga la piel de gallina. Igual era temprano. Estaciona el Ford fiesta azul frente a la casa. Después de poner el corte de nafta y la traba del volante, Federico se cerciora tres veces de que todas las puertas y ventanas estén cerradas, herméticas. Se aleja diez metros del auto pero regresa y repite de nuevo los controles. La idea de que podía dejar las puertas del auto sin trabar no era pura y neurótica fantasía. A él le pasaba. A su padre le pasaba. Había perdido ya dos bicicletas. Le habían robado una en la facultad de Psicología por olvidar encadenarla y la otra en puan, donde había puesto la cadena por fuera de la bicicleta. Que le roben el auto de su padre era inadmisible. Cada vez que se alejaba del vehículo fuera de su casa, tras dar unos pasos automáticamente olvidaba lo que había hecho. Una amnesia negra le impedía recordar si había o no asegurado las puertas o subido las ventanillas. Asi que debía regresar y repetir todo otra vez. Y después una vez más por las dudas. ¿A alguien se le ocurre alguna alternativa? –protestaba cuando alguien se reía de su comportamiento. Pero nunca nadie le dió otra solución.

   Cinco minutos después de tocar el timbre, Gabrielle se asoma abriendo las persianas de su habitación. –ya bajo nene. –Okay. Sonriendo Gabrielle baja las escaleras de caracol que van directo a la cocina. Debajo de su pollera de jean tiene una bikini celeste y blanca a rayas que le queda bien y lo sabe –Hola Fede. Te tomaste tu tiempo en llegar ¿Eh? -Bueno Ga, sabés que estoy con exámenes. Supongo que vos también habrás estudiado un poco… -Sí, ¿Pero cuánto tiempo te puede tomar estudiar? Bueno pasá, así cierro. Federico entra y Gabrielle cierra primero la reja y luego la puerta de madera.
   A la izquierda está la cocina y derecho se llega a un living bastante amplio. Justo antes hay un baño a la izquierda y del lado opuesto unas escaleras conducen a las habitaciones superiores. Qué raro, vos encerrada, ¿Qué hacías en tu cuarto? –¿Si, no? Estaba desgrabando una entrevista de Ulloa, esperá que bajo el grabador y vamos al jardín –¿Y te pagan? –Obvio. ¿Te pensás que estoy escuchando al salame ese por gusto? ¿Trajiste malla no? -Si ga. -Ay bueno, yo preguntaba nomás viste. Con ustedes nunca se sabe con que van a salir. Deslizan hacia la derecha una ventana corrediza y Gabrielle despliega dos reposeras mientras Federico contempla con desinterés un cuadro impresionista que cuelga de la pared cercana a la mesa del living. Dale, vení, ¿Me ayudás? –No, mejor preparo mate. Federico se va a la cocina y revuelve los cajones inferiores hasta dar con una caja de cerillas. Porque el chispero, como en la mayoría de las cocinas, ya no funciona.

Belgrano Erre



   Gustavo hacía todo bien, y cada vez mejor. De chico le tomaron un test de inteligencia. La batería incluía un Rorschach. De acuerdo al tiempo y las respuestas que produjo, la examinadora concluyó que era un chico más inteligente que la media, dos desvíos estándar más allá, pero desgraciadamente no hacía uso de ella. ¿Por qué?
   Gustavo resolvió más tarde lograr todo lo que se propusiese. Aunque no era ambicioso, todo le saldría bien. Y cuesta decirlo así. Pero terminó el secundario. Estudió un año dirección de fotografía en la Universidad del Cine y dejó cuando empezó a trabajar. Viajó a Estados Unidos y rodó con Woody Allen, hasta que lo echaron. Tocaba la batería, el piano y luego aprendería japonés o chino ¿y por qué no? los dos. Si podía. Eléctrico, Gaffer, director de fotografía. ¿Gus? gus es DF. Michelle dirige. Mariano edita. Natalie hace el arte. ¿Federico escribe?
   Pero todo ocurre en ningún lugar o cada uno lo hace por separado.
  
   Gustavo deja de tocar el piano por un momento. Piensa, pasando la página tres de la partitura y mirando inquieto la hora, que tiene ganas de cagar. Así que se pone de pie, sus nalgas pierden contacto con la felpa de la banqueta apenas cubiertas por un boxer gris de Eyelite, y sale descalzo al pasillo de su casa, en Washington y Olazábal Belgrano Erre. Una casa desprolija grande que parece pequeña, por lo sucia y amontonada, intrincada de pasillos y escaleras. Una casa que sube y baja y no se sabe donde termina. Un jardín donde suelen entrar los ladrones en su paso camino a robar otras casas, todavía sin entender por qué no entran en esta que está, como las demás, en el mismo barrio. Así de fea se ve por dentro. Gustavo vive en la planta baja, junto a su hermana Lola.
   No es arte. No es artie. No es independiente. Gustavo no creía en narrativa. Si hablabas con él podías ver que estaba preocupado por aspectos técnicos: color, composición, textura, profundidad de campo, en algún punto frío como un metal, inglés e indiferente. Sin saber en qué pensaba aparte de aquello concreto que te respondía. Tenía sus opiniones acerca de todo, como todos: del amor, del género, del color de su piel, de su orientación sexual, quizás el único tema que le hacía ruido, pero no demasiado, para él estaba resuelto. Después de coger con cuarenta mujeres en cuatro años no había espacio para dudar de que era todo un macho alfa (que le gustaban las mujeres). No es que no tomaba posición. No es que nada. No es indiferencia, es ausencia y falta de algo. Irritación, molestia, depresión. Podía enojarse, putear, sentir hambre y dolor, pero nunca del todo absolutamente, como si estuviese muy seguro de morir un día y no otro. De llegar hasta allá. De coger dos o tres veces por semana. Gustavo, las tetas arriba y el culo redondo.
   Y sí, también se enamoró. Pero rabia, desesperación, agonía y éxtasis, no corrían por sus venas. Podía tener ojeras, pero no por desvelarse. Y si no le dolía, ¿por qué iba a deprimirse? Podía escuchar música igual que todos y mejor, sentir mariposas en el estómago y escalofríos en forma de vibraciones desde el pedal del piano hasta su cuero cabelludo rapado, rechazar a los hombres que se le insinuában por la calle, en los rodajes, en su casa. Las preguntas de su padre, sus intereses, Gustavo era un tipo feliz y podía lograr todo lo que quisiese, ¿así que para qué iba a preocuparse? No tenía ningún sentido. Y sencillamente si tenía ganas de cagar interrumpía lo que estaba haciendo para ejectuar la acción correspondiente, algo que más o menos todos hacen pero él lo hacía mejor y sin problemas.
   Atraviesa el pasillo de mármol blanco, viejo, sucio y gastado, abre la puerta del baño y se sienta sobre el plástico negro de la tapa del inodoro blanco, clásico, esos en donde uno mea parado y te salpica el pantalón a la altura de las rodillas. Sentado mirando fijamente la pared, haciendo fuerza sin enrojecer, sin prestar atención, algo empieza a transitar por su intestino y asomar al vacío, en contacto frío con el aire de invierno, comenzando su descomposición a medida que deja de estar adentro, hacia otro lugar más húmedo, también de tránsito hacia otro lugar. Ploc. Una primera pelotita no demasido consistente y marron cae, sin que nadie la vea, dejando paso a su vez un sorullo de mayor longitud y diámetro que empuja los cachetes dilatando el recto, lo que motiva, a su vez, una sutil erección que llama su atención y lo deja perplejo sin más conclusiones porque no estaba pensando en un chica, de hecho no estaba pensando en nada y es precisamente eso lo que extraña y espera, en ausencia de conclusiones, el ingreso de más datos para entender la turgencia inmotivada. Porque ahora sí, la erección es completa y ya no se sabe donde va a terminar, y como lo único que está haciendo es cagar, empujando de a poco el sorete marrón y largo que cae recostado y se enrolla mientras él se ve obligado a levantar su cola y desplazarse circularmente a medida que la mierda se amontona en espiral y sigue saliendo irregular con protuberancias a veces más gruesas hasta que suspira aliviado cuando el inodoro queda casi cubierto. Relajado, olvidándose, sin darse cuenta que en realidad el alivio que siente es la combinación y sinergia de cagar y eyacular sobre las rodillas que ahora sienten la humedad tibia y viscosa deslizarse sin atinar a caer dentro del inodoro. Molesto, Gustavo se limpia primero las rodillas, haciendo un bollo que descarta y tira del rollo hasta obtener más, y ahora sí, se limpia la cola, se lava las manos, se cepilla los dientes, sube su boxer. Su imagen en el espejo lo contempla atónito, todavía buscando una explicación entre la caca y el semen, el recto, del culo, sin frotación, ¿qué raro no?

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Recoleta


Recoleta.

   Ser escritor, músico, director de cine, crítico, intelectual, artista plástico, actriz. Abrir el diario y leer los clasificados. Encontrar que no hay nada para vos. Ningún lugar. Nadie te quiere. Necesitas plata. No queda mucho tiempo. Te hartas y optás por el suplemento cultural. Hay gente que trabaja jugando a que trabaja dentro de un videojuego de pc, y vos te preocupas por los clasificados. Porque todo puede estar a un paso y podés pasarte la vida pensando que hacer. Pensando que tenías que encontrarlo, sólo para darte cuenta que no querias hacer: nada, lo que se dice nada. La convención de Kyoto. Todo el funcionamiento del mundo basado en una premisa falaz, desprolija, salvaje. Algunos se preguntan que hacer. Otros hace tiempo que renunciaron a hacer algo. La mayoría hace todo lo demás, lo suyo y lo tuyo. Desayunar en un bar abierto las veinticuatro horas antes de irse a dormir. Que venga otra persona, mayor que vos, a servirte, a preguntarte qué querés, esperando a que te decidas.
   ¿Qué querés mati? Mateo no responde. Un americano en jarrito y un café con leche y tres medialunas. Quedarse despierto toda la noche porque es tu elección o trabajar toda la noche. Trabajar de noche y dormir de día. El mundo está mal. ¿Qué hiciste ayer? Dudás, alguien te está esperando. Alguien está trabajando. Por. Vos. Y Vos estás. Despierto. Dormido, relajado, distraído. No está bien. No estás bien. No podés hacer nada para cambiarlo. No sabés que hacer. Porque no sabés hacer nada. Vas a tener que trabajar igual. Te vas a tener que joder. Vos y toda esa manga de vagos con la que andás. No, vení quedate un rato más. Son Veintidós pesos. ¿Me permitís tu D.N.I.?

   ¿Y Mati? –le pregunta Mariano en un café de Recoleta. Es muy temprano, son casi las seis A.M. falta poco para irse a dormir. ¿Qué pensás hacer?

   Hace poco que ambos dejaron sus estudios universitarios en la Universidad-de-Palermo-otra-forma-de-estudiar.
   ¿No te preocupa? –Sí, más o menos -dice mirando la taza, después de revolver tres veces el azúcar. ¿Vos qué pensás? –Dice sin levantar la cabeza pensando, escuchando lo que le va a decir el amigo de toda su vida. Mariano está de espaldas al resto del bar, a las demás mesas, sentado en una silla de madera, en el bar de Peña y Junin. Mateo por el contrario, recibe la claridad de la mañana y puede ver a los primeros colectivos doblar la esquina detrás de la ventana. Apoyado contra el respaldo del box de madera. Estoy aprendiendo 3d –dice por fin Mariano. Creo que me voy a dedicar a algo con imagen, posproducción, cine. Diseño no, no me gusta. O foto. Automáticamente Mateo visualiza las teclas de computadora que Mariano tiene pegadas en la pared contigua a su cama. I.M.A.G.E.N. Cada tecla arrancada de un teclado de P.C. ¿Hace mucho que no pintas vos, no? -Si, pero estoy tocando. -¿Bueno, pero de la música vas a vivir? –¿Y de la pintura si? -Te repito: ¿Cómo te ves de acá a cinco años? -Cogiendo con mi novia –responde sin levantar la cabeza. Bueno, en ese caso mejor que la actividad no sea muy productiva.
   Por ese entonces la novia de mateo paseaba perros de Recoleta. En algún momento Mateo iba a tener que ayudarla.
  
   Meses después, Lucia, la novia de Mateo estudiaría para peluquera en provincia. Mateo desayunó en el bar esa mañana sin saber que su novia iba a pasear perros de Recoleta y estudiar para peluquera en provincia, tan sólo unos meses después y que él, él, la iba a ayudar. Algunas veces, y otras, y más. Hasta acostumbrarse, hasta terminar el día cansado oliendo a perro y a caca de perro, peleándose con los transeúntes, con los vecinos, con los dueños. Bañando su piel, frenético, con jabón de glicerina, enterándose que el olor a caca de perro te acompaña las veinticuatro horas.

   Es un olor que no se va con nada -le dijo a Federico, caminando por el centro. Sin poder contener la risa, ambos, siguen subiendo por Callao, camino al San Martín.


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